Alacrón se estira y nos trae una fábula que predica sobre el peligro del extremismo, aun en la propia poesía:
EL POETA EXTREMISTA
Un poeta disidente
de reglas y convenciones
decidió ser consecuente
con su doctrina insurgente
hasta en ripios y coplones.
Él, que luchaba en las bases
de la actividad obrera,
y propugnaba con frases
de Karl Marx que se aboliera
la diferencia de clases,
interpretó que esa histórica
desigualdad categórica
superaba la política,
y aplicó también su crítica
al campo de la retórica.
«La poesía es muy reacia
―decía― a olvidar la higiene
y a acoger con democracia
mil palabras que ella aún tiene
por bajunas. Verbigracia,
¿por qué nunca se compara
la suavidad de una cara
con un hueso de ternera,
o una rubia cabellera
con una yema sin clara,
o una uña con un percebe,
o un talle con una raspa,
o una oreja con un nueve,
o un rostro, en vez de con nieve,
con campos de blanca caspa?
Igualar: ésa es la meta,
librar del lastre que agobia
la poesía y la sujeta».
Esto opinaba el poeta,
y un día, al ver a su novia,
bien henchido de egoísmo,
o bien ahíto de güisqui,
le dedicó un catecismo
en virtud de ese anarquismo
que igualaba a todo quisqui:
Tu carne de rojo orín
se fecunda con las lluvias
del amarillo serrín
de tu pelo y de tus rubias
pestañas de puerco espín.
Con tus mejillas engañas
a un fabricante de talco,
y hacia el sur de tus pestañas
tus pupilas son un calco
del color de tus legañas.
Tus dientes forman un techo
de escayola, y en el foso
marino en tus labios hecho,
tu lengua imita el carnoso
pie ventral de un berberecho.
Y si la suerte me diera
las llaves de tu desván,
¡con qué placer me comiera
los dos platitos de flan
que tiemblan en tu pechera!
Tras leer su lapidaria
pirotecnia, el joven paria
apostató de su estilo
cuando su flor sin pistilo,
mirándolo reaccionaria
le atizó sin miramiento
un mamporro en la colleja
que sirvió, sin más aumento,
a su novio de escarmiento
y al cuento de moraleja.