jueves, 30 de noviembre de 2017

Un menú

Chis habla sobre uno de los menús más solicitados del mundo:

—Nosotros somos aquel 
rico manojo de espárragos 
que nadie llegó a freír 
por más que se lo mandaron.


miércoles, 29 de noviembre de 2017

Olvidos

Semejante al tormento de ayer, es este que describe Viperio:

—Soy el nombre de esa actriz 
que, con ser tan conocida, 
de repente se os olvida 
por un lapsus o desliz. 
Y porfiáis y perjuráis, 
la lengua os pica, os escuece, 
y el tormento crece y crece, 
pero no me pronunciáis.



martes, 28 de noviembre de 2017

Caras que suenan

¿A cuántos no les ha pasado lo que refiere aquí Candidalgia?

—Soy ese rostro insustancial que acaso 
halláis en una calle transitoria 
y os suena y no sabéis de qué. Y el caso 
es que asociáis conmigo alguna historia, 
un par de encuentros... Y se os va el ocaso 
tratando de encajarme en la memoria, 
y os acostáis en vuestro absurdo empeño 
con ese roe que roe que os quita el sueño.


lunes, 27 de noviembre de 2017

La de la vergüenza

Alacrán para vituperar a la vergüenza, hecho por Chis, el desvergonzado:

—Soy la última aceituna 
de aquel plato de la fiesta 
que se quedó, tras la ingesta, 
más solita que la una. 
Más mirada que tocada, 
me pasó lo que era obvio: 
que arrugada y ya pasada, 
quedé compuesta y sin novio. 


viernes, 24 de noviembre de 2017

Guardar o tirar

Cuidado con lo que guardas y con lo que tiras. Palabra de Alacrante:

—Yo soy aquella factura 
que malvivió en tu cajón 
años y años bien segura, 
y terminó en la basura 
cuando hiciste revisión. 
¡Con lo fiel que yo te fui! 
Sin embargo, a los dos días 
de deshacerte de mí, 
cuando ya no me tenías, 
¡qué falta te hice, ¿a qué sí?!



jueves, 23 de noviembre de 2017

El quinto pino

Mis alacranes desgranarán por unos días la letanía de las cosas inútiles y que pasan desapercibidas. Chis se pone hoy en la piel del quinto pino:

Yo soy ese quinto pino 
tan lejos de todo el mundo 
que el Colón que a verme vino
no divisó ni el segundo; 
y hasta el más aventurero 
acabó de mí tan harto 
que no pasó del tercero, 
y cuanto menos del cuarto. 


miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cazadores y cazadores

Sobre dos sepulcros contiguos se yerguen sendas estatuas. Son muy semejantes en forma, pero no en tamaño. Una representa a un hombre de mar esgrimiendo un arpón. La otra, dos veces más grande, a un científico de bata blanca blandiendo una jeringuilla. El primero cazaba ballenas a arponazos. El segundo cazaba virus a vacunazos. Alacrante les ha escrito este epitafio:

Con ser mi caza mayor 
y la del otro tan chica, 
la sociedad le dedica 
un monumento mejor.




martes, 21 de noviembre de 2017

Ser y estar

Viperio dedica este aguijón para los extranjeros que se quiebran la cabeza para saber cómo demonios distinguir esa dicotomía única que establece el español entre los verbos ser y estar. Es el epitafio de un lingüista:

Si alguno quiere lograr
distinguir estar de ser,
que venga a mi nicho a ver
que mi salita de estar 
no es mi salita de ser.



lunes, 20 de noviembre de 2017

La Manquita

En la década de 1780, las Trece Colonias de América del Norte trataron de sacudirse el yugo inglés. España ayudó resueltamente a los insurgentes contribuyendo incluso con lo que no tenía. La ciudad de Málaga, la primera en el peligro de la libertad, aportó su granito de arena de una curiosa manera: el cabildo catedralicio, que acababa de aprobar el presupuesto para rematar su hermosa catedral con la segunda y necesaria torre, resolvió suspender el proyecto y donó graciosamente todo el montante a la guerra estadounidense. Estados Unidos obtuvo su independencia, pero tardó más de cien años en agradecérselo a España. ¿Cómo lo hizo? Arrebatándole Cuba, Puerto Rico y Filipinas en una guerra absurda e inmotivada. Cría cuervos… Bueno, hace unos años vi una inscripción en no sé qué dintel de yo qué sé portezuela del Templo Mayor malacitano en que Dios sabe qué sociedad de allende agradecía la generosidad del pueblo malagueño; ya podrían haber hecho la gracia completa y haber aportado un dinerillo para rematar la catedral, que desde entonces llaman La Manquita. Candidalgia paseó sus patitas por las cubiertas de este hermoso templo y se sintió imbuida de fervor costero. Por eso escribió esto:

¡Escuchad! La airosa torre
de la Manquita se queja
de que no tiene una hermana
que taña y cante a su vera.
No llores por eso, niña.
¿No sabes que el parque anhela
plantar junto a ti una torre
con rosarios de palmeras?
¿Y que la vieja alcazaba
quiere ponerse a tu izquierda
y espigarse hasta las nubes
sobre sus chatas almenas?
Mira las olas, que toman
carrerilla desde Ceuta
para pasar de la orilla
y besarte el pie siquiera;
y cuando llegan al faro,
le dedican a tu pena
una copla que el levante
lleva a ti por malagueñas:
«Mira la Farola blanca,
mira la blanca Farola,
que se sabe también manca, 
pero no se siente sola».
Hasta el sol ha echado el copo
por si pesca una sirena
que acompañe a tus campanas
por si llaman a completas.
Y ha dibujado la luna
con la luz de cien estrellas
la blanca constelación 
de tu linda silueta.
¿Qué más quieres, torrecita,
si hasta Gibralfaro sueña
con que un día lo corones
con tu diadema de reina?
No llores, por Dios. ¿No ves
que ni las fuentes te llegan,
que ni te alcanza el cemento,
que las nubes te tutean,
que la Virgen te bendice
y que hasta Málaga entera
se te pone de puntillas
para verte más de cerca
y te canta: «Así, manquita
te quiere mi devoción;
así te quiere, solita,
solita en mi corazón».


sábado, 18 de noviembre de 2017

Día festivo: Y tu vida de golpe, de José Iniesta

Creo que cualquier intento de crítica o de aproximación en prosa a la poesía del valenciano José Iniesta tendrá el efecto de un rebuzno en una escolanía, que quizás se acentúe ante la evidencia de que estas palabras que escribo no se refieren a su libro recién publicado en Renacimiento, El eje de la luz, sino al editado por la misma editorial en 2013, Y tu vida de golpe. Pero yo he descubierto el tesoro de su poesía en este título y de él quiero hablar. Cualquier opinión sobre el poemario —el salterio— adolecerá de la intempestiva inoportunidad de la prosa más opaca sobre el luminoso vitral de sus páginas. Hay una insuperable cadencia rítmica en su verbo, una métrica irreprochable y que fluye con la inevitable naturalidad de las confidencias. Una confidencia que es, a la vez, un himno, un jubiloso viaje interior por la naturaleza, o quizá debiera decir a la naturaleza, del mismo modo en que san Juan de la Cruz peregrina desde la noche oscura hasta los bienaventurados paisajes del Cántico espiritual. Esta filiación entre la búsqueda de san Juan y el hallazgo de Iniesta se hace explícita en el poema introductorio, La cosecha, que define la vida como una ruta en que andamos

sin otra luz ni guía 
que la del corazón.

Una alegría de salmo sobrevuela los versos de su primera parte, En la sed de los surcos, que no buscan la trascendencia más allá de las nubes, sino a ras de suelo. Acepta la materia destruida, nos exhorta en De rerum natura. El poeta se identifica con la tarde, con el petirrojo, con la piedra, en un continuo deseo de comunión y perennidad:

Mi afán era tan sólo ser la vida
en medio de la luz consoladora.

Pero ese anhelo abarcador y panteísta mora en cántaros de barro, el barro con memoria:

Un dios en soledad está silbando 
su canto fracasado en nuestra caña.

Dicha impotencia se expande y se amustia en el recuerdo de la vieja casa y de la madre, tema central de Los lugares vacíos, segunda parte del libro. Si en la primera parte el hueco que dejaban las cosas era motivo para el gozoso aprendizaje de la vida:

Acepta tu ilusión bajo la fronda,
la piedra ilusionada 
de la vida en su hueco

La segunda parte percibe ese hueco como un desgarro irrestañable en la consignación de la orfandad materna:

¡Qué hueco tan amado
latiendo en tu sillón!

En la tercera parte, A cielo abierto, Iniesta retoma la fe en la vida que pasa, que tiene que pasar. Recorre los poemas la reiterada imagen del río manriqueño:

Tú has sido el discurrir de toda el agua,
el tránsito que suena mundo adentro.

Y de la mar:

Nos llama la extensión de lo vivido
desde el acantilado. [...]

Aquí ha sido el principio que será.
Aquí concluye el círculo del tiempo
cercando en el suceso del presente
la breve vastedad de la existencia.

La conciencia de la disolución se vuelve en los últimos poemas del libro consignación del fracaso, un triste palpar la realidad tras el paso del tiempo y la huida de los tiempos infantiles:

Ya nunca más será la claridad
del niño que era eterno 
al darle forma
al barro prodigioso de sus días.

Sin embargo, el poeta no se deja vencer por el desaliento; una pieza fundamental en su entereza la constituye el amor:

De nuevo es el amor que me sostiene.
Por él estoy despierto y me levanto
en medio de la noche.

Y tu vida de golpe es un trayecto espiritual, un libro cuya lectura resulta una experiencia gozosa y —si despojamos a esta palabra de su raigambre ascética— edificante, una demostración de cómo la palabra puede hacer casi patente lo inaprensible, aunque Iniesta le niegue en alguna ocasión todo poder rescatador, pues las palabras:  

solamente son la arcilla muda 
en el quebrado cántaro vacío. 

Y tu vida de golpe es, como dije al principio, un salterio en que cobra sentido la cita juanramoniana del comienzo, con esa aceptación (más que aceptación, asunción) de un panteísmo soluble y regocijado que celebra, sin lúgubres metafísicas,

la extraña enormidad del haber sido. 



viernes, 17 de noviembre de 2017

Historias de la Secundaria

Historia que podría ser verídica, según Alacrón:

En la clase hay un alumno 
que Crispinito se llama.
Nunca aprobó una materia 
desde que estaba en Primaria: 
ni Inglés, Lengua, Naturales, 
Sociales o Matemáticas.
Por no aprobar, Crispinito 
ni las marías se saca. 
Le hicieron adaptaciones 
curriculares, programas 
de seguimiento específico, 
tutorías a mansalva, 
pero ¿a ti te aprovecharon?
Pues a él menos que nada.
Entre suspenso y suspenso, 
también llaman a su casa, 
a su casa van y van 
y en su casa no hacen nada.
―¡Si no podemos con él!
¡Si hace lo que le entra en gana!
Le pongo el libro delante, 
pero no le aprovechaba.
Nos sentamos a comer 
y nos quita la tajada.
Me echo un rato en el sofá 
y hasta echarme no paraba.
Con que no moleste en clase 
y pase de curso, basta.
Y no molestaba en clase 
y de curso siempre pasa. 
¿Que repetía algún año?
Pues al segundo pasaba, 
que las leyes estatales 
su empujoncito le daban.
Y fue así como llegó 
a Cuarto de Secundaria 
sin saber hacer la o 
por más que se la adaptaran.
Pero en premio a su tesón 
por seguir entrando al aula, 
le entregan su titulito 
firmado del Rey de España. 
Y cuando lo vio, Crispín 
les dijera estas palabras:
―¡Guau, guau, guau, guau, guau, guau, guau! 
―Pero es que ese niño ladra?
Es que Crispín no era un niño.
Crispín es un perro dálmata.
Pero hacía lo mismito 
que un niño de Secundaria. 

jueves, 16 de noviembre de 2017

Guadalquivir otra vez

Y otro más de Candidalgia al mismo río:

Tan ancha, tan naviera, tan bonita
lleva el Guadalquivir su estela zarca
por el perfil que la ciudad le marca 
que quiere oler ya a mar en la Mezquita.
Desde el pretil romano que levita
sobre el caudal, San Rafael se embarca
en un reflejo donde el Puente enarca
sus doce augustas cejas y dormita.
Un sol de pedernal prende la yesca 
de la ciudad de cordobán y cuero,
que sacia el fuego en la corriente fresca.
Y el ángel pescador, si no hechicero,
con la caña de Dios seduce y pesca
para Él y para Córdoba al viajero.


miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Guadalquivir y sus molinos

A Córdoba, que no es mi ciudad de nacimiento, le debo mucho, empezando por la mujer que crió para mí y por los hijos que se están criando en ella. Pese a los años que lleva acogiéndome, sigo mirándola como un turista fascinado; y siempre que paso por el puente (que es dos veces al día), no puedo evitar echar un vistazo fugaz a las aguas del río emocionarme pensando que paso nada más ni menos que por el Guadalquivir, uno de los ríos con mayor solera de la cultura española. Para él, un poema más escrito por Candidalgia:

Trina el Guadalquivir. Y su azul senda 
por las viejas aceñas aquilata 
piedras que el agua convirtió en cantata,
aguas que el tiempo convirtió en leyenda.

Los molinos y el río, en mutua ofrenda,
se dieron con parlera serenata,
ellos espuma a su raudal de plata,
y él granos de cristal a la molienda.

Sus muros hoy son menos que memorias
que pueblan repudiadas los bajíos
del fiel Guadalquivir. Y entre las norias,

dan fe los cangilones ya vacíos 
de que también pueden molerse historias
de amor entre los hombres y los ríos.