Alacrón, ¿te han sentado bien las vacaciones? Bueno, lo juzgaremos a tenor de tu última fábula:
LA JUNTA DE CUERNOS
En un rincón de la selva
celebraron un congreso
de animales unos cuantos
ejemplares pintorescos
que compartían el noble
atributo de los cuernos.
El primer orador fue
un rinoceronte viejo.
Dando un bufido, llamó
la atención a todo el pleno
y expuso con gravedad:
«Cornudos miembros del reino
animal, henos aquí
reunidos hoy en concejo
para quejarnos del hombre,
¿cómo no? Desde que tengo
uso de cuernos, he sido
no ya objeto cinegético
de sus dardos, sino incluso
de sus puyas. Estos cuernos
que jamás se ha de comer
la tierra, a más de trofeos
de un salón con chimenea,
son la nota de desprecio
más tremenda que se puede
colocar en el sombrero
de un hombre casado. Suenan
a befa y recochineo,
a vergüenza y deshonor.
Y nosotros los tenemos,
no obstante, por el mayor
adorno de nuestro cuerpo».
Al hilo de estas palabras,
dijo las suyas el ciervo:
«Y no sólo como adorno.
Desde el humus de mis sesos,
repuntan hacia las nubes
los dos árboles gemelos
de mi gentil cornamenta.
Son el signo de mi imperio
sobre las fieras del bosque,
sobre mis rivales nuevos.
Son duros como una encina,
juncales como un abeto.
Por ellos llamo raíces
a mis pies, tronco a mi cuerpo,
y a mi testa copa de oro
donde beben los jilgueros.
Por ellos soy como un dios,
y por ellos, cuando muero,
soy un árbol milenario
abatido contra el suelo.
Duro es que el hombre los use
para tallarse amuletos
y mangos de tenedor,
pero hacerlos instrumento
de insulto en su jerarquía
de desvalores, no puedo
consentirlo».
En ese punto
bramó el toro: «Rabio y peno
de ver mis astas truncadas
por el vulgar descabello;
rabio y peno de sentir
la algarabía del pueblo
en la arena ensangrentada;
rabio y peno por el vuelo
mariposa de la púrpura;
rabio y peno por mi duelo
desigual contra el estoque
acerado del torero.
Rabio y peno de dolor,
de coraje y de tormento.
Pero que llamen cornudos
como a mí a los hombres necios
que se dejan engañar
mientras van a verme al ruedo,
no da rabia ni penar:
da ganas de echar el resto
de mis fuerzas contra quienes
me falten así al respeto».
La indignación más chillona,
el pundonor más molesto
provino de un caracol
que elevó su grito al cielo:
«Es verdad lo que decís,
camaradas, compañeros
de fatigas. Si vosotros
os quejáis, yo clamo al cielo.
La diversión de la gente
es tocarme con el dedo
los cuernos, y ver mis ojos
bajar y subir de nuevo,
como los dos ascensores
de un hotel de cinco cuernos.
Más me indigna, sin embargo,
que hagan insultos con ellos,
y comparto con vosotros
mi derecho al pataleo».
El rinoceronte, el toro,
el ciervo y todo el congreso
de las bestias lo observó
y exclamó con menosprecio:
«Y a ti, vil caracol, ¿quién
te dio vela en este entierro?
¿Qué nos tocas? Anda y vete
a alternar con los insectos,
que parecen más tus primos».
Y lo expulsaron del pleno.
El que se siente inferior,
para salir de su gueto,
hasta en las desgracias quiere
ser igual a sus modelos.