martes, 18 de abril de 2017

Fábula de la nube y el rayo

Hay dos refranes que me llaman la atención porque cada uno es un mentís del otro: De tal palo, tal astilla, y su opuesto: De padres cojos, hijos bailaores. Y lo peor es que ambos son ciertos. Sobre el segundo refrán ha construido mi alacrán Alacrón una fábula moral:

«¡Cómo es posible que haya
engendrado yo esta cumbre
de defectos que es mi hijo!
No hay nada que lo acostumbre
a emular ni aun a distancia
las paternas aptitudes
que atesoraban mis genes
y que no sé dónde puse.
Cualquier cosa que le ordene
o le prohíba, la incumple.
Si trabajo, él gandulea;
si soy risueño, él es lúgubre;
si me impongo, se chotea;
si me humillo, se me sube;
si yo adoro la verdad,
él es siervo del embuste;
si le digo que se pierde,
él me dice que lo busque;
si le regaño, se ríe;
y si no le riño, sufre.
En el mundo no hay un padre
ni un hijo menos comunes.
¿La naturaleza es sabia?
Pues conmigo ha sido inútil».
Esto soltó un pobre padre
cuando de pronto una nube
de algodón sereno y blando
parió un rayo. La gran lumbre
le hizo dar un buen respingo,
y más aún el retumbe
del trueno que lo siguió.
El padre entonces del púber
dijo: «El cielo también tiene
una prole bien voluble
y dispareja si un rayo
es el hijo de una nube
y su nieto un trueno. (Jiban,
pero son cosas que ocurren).




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