Hoy es la primera vez que mi terrario repite alacrán, pero es que les crispa ver el carnaval en que han convertido padres y profesores (sí, esos son los grandes culpables) la víspera de Todos los Santos. Celebrar Jalogüín es como importar hamburguesas transgénicas y despreciar el jamón de cinco bellotas.
Se ha implantado la costumbre
de celebrar en España
una fiesta un tanto extraña
que se llama Jalogüín.
Cada zagal se coloca
calabazas como un juego
anunciando las que luego
llenarán su boletín.
Los mismos niños que piden
regalos de puerta en puerta
con la cara bien cubierta
de una máscara sin par,
desprecian en Navidades
el disfraz de pastorcicos
y pedir con villancicos
su aguinaldo en cada hogar.
Una recua de fantasmas,
muertos, lobos, brujas, trasgos
viene a ser a grandes rasgos
el elenco de terror
que ha suplantado a los santos
y difuntos susodichos,
que hoy se aburren en los nichos
sin jarrón, cirio ni flor.
El que más sufre sin duda
es, allá en su purgatorio,
el pobre don Juan Tenorio,
por quien nadie reza ya;
y al preguntar por la cándida
doña Inés del alma suya,
se la encuentra de patrulla,
que en disfraz de bruja va.