Trece años y pico después del euro, cada vez son más los que añoran a la pobre peseta, añoranza que cada país europeo bautiza a su manera. Alacrón dedica esta elegía a aquellas monedas difuntas que, en sus cecas respectivas y en sus urnas, esperan resurrectionem mortuorum:
¿Dónde estás, peseta mía?
¿Dónde estás, linda peseta?
¿No te duele la orfandad
en que dejas estas tierras?
Que los de España, en cuestión
de mujeres y monedas,
preferíamos las rubias,
pero no las extranjeras.
Y hoy aquí y a toda Europa
vienen euros, vienen neuras
a arrasar por donde pisan
como Atila con la hierba.
En Francia ya nadie es franco
(aunque eso allí es maña vieja).
Alemania perdió el marco
que enmarcaba sus riquezas.
El estonio, sin corona,
de mal coronario enferma,
y el italiano de lira,
porque delira y chochea.
En los pagos portugueses
y en las landas holandesas
ya no hay escudos que escuden
ni florines que florezcan.
El país que más se libra
es la esterlina Inglaterra.
Pero ¡ay de los extremos!
¡Ay de España! ¡Y ay de Grecia!
La caída de los griegos
pronostica bien la nuestra,
y lo que en Grecia fue un dracma
será en España tragedia.
Vuélvete a España, no tardes,
moneda rechoncha y bella,
que sin duros todo es duro,
sin pesetas todo pesa.
Echa de aquí al invasor
que hurta ceros a mis cuentas.
Cien como tú harán sonora
mi huchita mudita y huérfana.