sábado, 23 de septiembre de 2017

Día festivo: un libro de Raúl Pizarro

Hace poco llegó a mis manos, como una hoja tardía, el libro de Raúl Pizarro Lo único que importa (Isla de Siltola, 2012). El libro es un hallazgo en el doble sentido: hallazgo para mí al toparme de manos a boca con un manojo de poemas que entonan un canto tan auténtico a la paternidad; y hallazgo para el propio autor en tanto hombre que encuentra un sentido inexplicable a la vida en virtud de la ligazón que lo vincula con el pequeño ser que es su hija.

Levanto el pensamiento al cielo como
una oración ferviente de gratitud y súplica.
La eternidad hoy lleva nueve meses
y cuarenta días espaciándose en mí.

La hija y la esposa garantizan al hombre, que no se libera del lastre de su propio yo, ni de sus inseguridades, ni de sus cavilaciones. Sigue siendo el hombre que palpa entre tinieblas, pero que halla la oportuna salvación en el amor conyugal y en el filial:

Suplicas que pase aquello que concibes
e inunda tu razón

y que regresen
tu mujer y tu hija.

La identificación con la familia es tal que el yo acaba definiéndose no por sí mismo, sino por el lugar que ocupa en las vidas de los suyos:

… quién soy, quién soy.

Quien recoge la ropa que tu madre
tiende por la mañana.

A la familia está enteramente dedicada la primera de las dos partes del libro, Pompas de jabón. La segunda, titulada atinadamente El trastero, despliega un abanico más amplio de asuntos, ínitmamente ligados sin embargo a la primera parte por su pequeñez: una vereda, una jara, un gorrión, el azahar, los charcos… Son también esas virutas de realidad las que conforman el endeble mueble que es el alma de Pizarro; y al fondo un Dios que, como un fiel sirviente, se hace notar por su aparente invisibilidad:

Derramada a sus anchas, allí siento
toda la plenitud de un Dios que habla
en colores impuros

e interviene en mi historia sin apenas notarse.

Con palabras acogedoras y entrañables escenas, Raúl Pizarro ha dejado claro en este libro su mensaje, más bien su automensaje: lo único que importa es el amor, el amor del que la poesía brota como reflejo inevitable y casi instintivo. Como colofón, este precioso poema:

«No ha nada más plácido y suave que la piel
de un bebé», pensé, mientras mi mano acariciaba,
todo amor, tu carita adormecida.

Pero en ese momento de ternura, de entrega,
pude escuchar las raíces rugosas de la muerte
creciendo lentamente en tu interior, ahondando,
sigilosa, a placer,
como una mala siembra inevitable.

Y me puse a llorar junto a tu sueño
rezando para no
ver crecer ese árbol.




2 comentarios: