jueves, 7 de septiembre de 2017

Fábula de la espada y el misil de tierra-aire

Alacrón nos cuenta la siguiente fabulita, salga bien o mal:

LA ESPADA Y EL MISIL 
DE TIERRA-AIRE

Un misil de tierra-aire
sofisticado y perfecto
fue expuesto con otras armas
en la sala de un museo.
Dónde vino a coincidir
por azar o a caso hecho
con un espadón antiguo
que usó el rey Alfonso Sexto.
Al verse el acero cerca
de aquel proyectil obsceno,
aprovechó la ocasión
para decir: «Caballero,
si no os sirve de molestia,
¿podréis prestarme un momento?».
El misil, volviendo el morro,
guardó un curioso silencio
y dijo: «Muy bien, colega.
Si lo pides, te lo presto».
La espada, carraspeando,
ensayó un solemne gesto
de prepotencia y habló:
«No hay un medio más rastrero
y mezquino de luchar
que el que vos habéis impuesto.
Desde que existe la industria
vil de las armas de fuego,
ya no hay soldados al paso,
sino soldadas al peso.
Delegando en los cobardes
el honrado ministerio
de la batalla, adiestráis
asesinos, no guerreros.
Y hacéis de la valentía
un plato rancio y añejo
con la carne de cañón
de los héroes más intrépidos.
Hoy ya no hay miedo a la muerte,
tan sólo hay muertos de miedo».
El misil le contestó
tras escucharlo impertérrito:
«Insultas a tu familia
criticando mis defectos,
pues al fin y al cabo soy
tu tatarataranieto».
«¡Mentís!», saltó la tajante.
Y el misil dijo: «No miento.
Tú eres el primer peldaño
del viejo linaje nuestro,
la idea perfeccionada
del primitivo instrumento
con que Caín mató a Abel.
Tu vástago primogénito
fue la flecha, que se hizo
para matar desde lejos.
Sujeta primero al arco,
buscó la ballesta luego
para acertar en el blanco
con más tino y menos riesgo.
La flecha parió a la bala
de sus bodas con el fuego,
y tornó en cañón su astil.
Después se puso a cubierto.
Allí engendró muchos hijos,
que, con la pólvora, fueron
cada día más mortíferos
a la vez que más pequeños:
la bombarda, el arcabuz,
la culebrina, el mortero,
el mosquete, la escopeta,
el obús y diez mil nietos
pusieron en jaque al rey,
y luego al estado ateo.
Después llegó la fisión
nuclear, y los venenos
del ántrax y el gas mostaza.
Y como máximo ejemplo
de la inteligencia humana,
nací yo, que sin esfuerzo,
soy capaz de recorrer
la Tierra de uno a otro extremo
para alcanzar mi objetivo
con precisión de joyero.
Soy el arma más mortal.
¿No estás orgulloso, abuelo?».
El espadón bramó ahíto
de cólera: «Me avergüenzo
de una estirpe que no tiene
como herencia más que el miedo.
Yo soy un brazo del hombre,
un apéndice de acero
que acomete sin pavor
el combate cuerpo a cuerpo.
Yo requiero a todo el hombre
para luchar, y desprecio
a las armas que se fundan
en la maniobra de un dedo».
El misil, indiferente,
repuso sin titubeos:
«A fin de cuentas, tú y yo
y todo nuestro abolengo
nacimos del ansia eterna
que carcome al homo erectus
de no estar sujetos sólo
a las fuerzas de su cuerpo.
Siglo a siglo ha preferido
combatir con el cerebro.
Sin embargo, siempre existen
una meta y muchos métodos.
Y aun con rasgos tan dispares,
nuestro objetivo perpetuo
es matar al semejante.
¿A que sí nos parecemos?».
Renovarse o morir, dicen
los gendarmes del progreso.
Cambiar de idea es cambiar de arma.
La cultura, el pensamiento
de la Humanidad avanzan
a merced del armamento.
El truco del almendruco
no es matar cada vez menos,
sino en matar como siempre
pero con pedruscos nuevos.



2 comentarios:

  1. Toda arma por pequeña que sea no es nada buena. Aunque bien es verdad que las armas de destrucción masiva dan pavor.

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