sábado, 9 de septiembre de 2017

Las gramáticas del tiempo, un libro de Javier Gallego

Las gramáticas del tiempo (Takara Editorial, 2017) es el título de la primera colección de poemas publicada por el escritor Javier Gallego, excelente historiador y perspicaz sociólogo, como demuestran los artículos de su bitácora Profundamente superficial. No descubriré América si digo que el meollo temático de su poemario es el paso del tiempo, lo que embarga de inexorable pesimismo la mayoría de las composiciones. 

A su dictado nos sometemos los humanos
y todo cuanto hay en la tierra.
Entendemos mal
y creemos que comete faltas de ortografía y dicción.

Algunos versos denotan la frustración o, más que frustración, el enfado que provoca consignar que los objetos inertes más baladíes perdurarán en el tiempo más que el hombre, que ha sido su creador:

La persistente impertinencia de los objetos,
que tienen la desfachatez de sobrevivirte,
de mantener una eterna juventud 
acaso deslucida por una fina capa de polvo
que rápidamente desaparece al pasar un paño.

Para un pensador como Javier Gallego, resulta quizás un sitio obligado abordar el devenir humano desde la óptica filosófica del panta rei. La memoria del río, uno de los poemas técnicamente más conseguidos, aporta una novedad al tópico literario: la visión de que no es el agua fluyente lo que simboliza al hombre, sino el cauce, el molde vacío del río:

La memoria del río
es su surco abogado,
eterna herida abierta que recuerda
que solo quedarán las cicatrices,
que acaso todos somos ríos secos
sepultados de lodo,
cegados por el brillo de la luz.

El segundo bloque temático ronda la idea del yo vivido como una falsedad, como una frustración, como una culpa. Hay un miedo a verse solo, como delatan los poemas de Balance contable (Arrranca el motor de la soledad / cuando se cierran las cortinas del baño) o La intimidad del Whatsapp (Un zumbido repentino me despierta / del sutil limbo donde te desespero. / Una plegaria atendida). Pero sobre todo, hay una conciencia de estar engañando, de estar engañándose. En el poema La piel que habito (una de las composiciones más contundentes del libro), se afirma que la vida es una lucha diaria por construirte un personaje:

un personaje que se ajuste como un abrigo perfecto,
de tu talla,
una segunda piel;
un disfraz que no te tire de la sisa,
ni te haga marca.

De todos los huecos mencionados salva el amor, como se advierte en el poema Considerando y en No hablo del pasado, hablo de ahora mismo. La belleza, la cercanía de la amada redimen del soliloquio de cada día e infringen el régimen de prisiones que es la vida, e incluso se yerguen contra el fluir del tiempo:

Disfrutar de la eterna primavera
que brota en tu cuerpo cada instante:
así se marca el paso de mis días.

Resulta sumamente curioso que en un poemario que, aunque no explícitamente, es intrínsecamente agnóstico (Silencio cuando Dios enmudeció en Auschwitz, reza su poema Retórica del silencio), abunde cierta terminología cristiana, con palabras como pecado, culpa, el pequeño ángel que vela por mí, examen de conciencia, confesión, absolución, redención, perdonar… Y en el fondo de numerosas composiciones late un fondo de culpa cuya expresión más acertada está en el poema El peso de toda la humanidad, con un sentimiento híbrido entre un escéptico determinismo a lo Émile Zola y el concepto cristiano de pecado original:

No un cuaderno en blanco,
vienes pautado y, con mano firme, 
escriben las generaciones entre tus líneas.


Las gramáticas del tiempo es un poemario de raíz profundamente filosófica, existencial, pero su gran virtud estriba en convertir lo racional en cordial, lo pensativo en sensitivo, en intentar desentrañar desde un punto de vista irracional las reglas sintácticas que rigen las edades humanas, la añoranza del pasado, el irremediable huirse del ahora —el lento suicidio de los días— y el cuidado de lo por venir.


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