miércoles, 20 de septiembre de 2017

EL LOBO CON PIEL DE CORDERO

Filosón, que está en racha, nos brinda hoy una fábula que se quiebra de trascendente y filosófica y existencial y todos los calificativos más sesudos que quieran aplicársele:

Soy un ser de treinta cuerpos,
de treinta cuerpos cabales;
los reparto por el tiempo
y copio en todos mi imagen.
Desde que sabe la Química
que nuestro organismo frágil
regenera por completo
sus tejidos celulares
cada tres años, no vivo.
¡Pensar que miro mi carne
y hoy no tiene que ver nada
con la de tres años antes,
pensar que tuve otro cuerpo
del que ocupo en este instante,
me marea, nos marea,
me convierte en mil plurales!
¿Qué soy, qué somos entonces?
¿Un recambio reciclable
que se reencarna en sí mismo
como el pellejo de un áspid?
Hay un demiurgo sin seso
que se encarga de sumarme
añadiendo al yo obsoleto
un yo moderno, más ágil
y actualizado. ¡Qué chasco!
¡Qué sensación de ser nadie!
Triste de mí que entendí
el axioma de Descartes
como Cogito, ergo sum,
sin captar todo su alcance,
que es Cogito, ergo sumamos:
piel más piel, sangre más sangre.
«Se admiten solicitudes
de ingreso en esta vacante
para cuerpos interinos
candidatos a cadáver.
Mal ambiente de existencia,
y en tres años a la calle».
Esto reza en mis efímeros
cromosomas. Lo intrigante
es saber quién o qué cosa
justifica que me llame
con un nombre solamente,
pese a mis mudas trienales.
¿Qué le queda al río Tajo
de Tajo cuando su cauce
ve pasar cada segundo
agua distinta a raudales?
Muerte, morte, mort, mors, thánatos
¿Qué es lo que hace semejantes
a sonidos tan distintos?
¿Sigue siendo el de Cervantes
un Quijote publicado
por cien mil editoriales?
Yo grito sí, que hay un uno
que vence a los numerales
y a la absurda sucesión
aritmética de gajes.
Algo vive en estos cuerpos
que se puede llamar alguien
y que yo familiarmente
llamo yo, que soy el cauce
por donde fluyen las aguas
de mis cuerpos desechables;
soy el concepto que une
los numerosos lenguajes
en que el mundo me traduce;
y soy el fiel personaje
que siempre espera a la vuelta
de la esquina a sus disfraces.
Me paseo por el tiempo 
desgastando viejos trajes
y fundando nuevos cuerpos
sobre futuros fiambres.
Como aquel lobo ya viejo
que, perdidos los arranques
de su eximia lobatez,
empezó a padecer hambre.
Echó mano de su ingenio
y discurrió disfrazarse
de perro pastor. Entrando
en un rebaño no obstante,
puso en fuga a las ovejas,
que se rumiaron el fraude.
La alimaña, escarmentada,
probó de nuevo a infiltrarse
en la majada pacífica
con un disfraz formidable
de oveja, balando y todo.
Mas las ovejas sagaces
huyeron despavoridas.
Torna de nuevo a mudarse,
esta vez en corderito.
Torna de nuevo a ahuyentarse
el prevenido redil.
«Pero ¿cómo sois capaces
―les espeta ya harto el lobo―
de conocerme al instante?
Más que ovinas, sois zorrunas».
Y las ovejas, mofándose:
«Porque a pesar de la lana,
se te ven siempre las fauces».
Moraleja: ¿este poema
es una fábula? Casi
casi parece que no,
pero pese a su ropaje
filosófico-ontológico,
la animalada la trae;
y en lugar de corolario,
trae encajada en esta parte
una fácil moraleja
para imprimirle carácter.
Ergo soy un solo ser
a pesar de tantas carnes.



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