Como mi Almanaque de alacranes es un almanaque de estiaje, está de sequía, y cuando llueve, lo hace con aguaceros, de ahí la larga fábula que nos propone hoy Alacrón:
Era un cursi que tenía
el hábito deleznable
de poner los adjetivos
de sus frases por delante
de los nombres. No importaba
que aquéllos fuesen vulgares
o poéticos; él siempre
los injertaba en lugares
preeminentes, como a duques,
dones, usías o grandes.
Vivía en no sé qué reino
ni en qué siglo miserable
(miserable por coétaneo
de aquel lerdo). Pero a base
de los crímenes nefandos
que infligía a la sintaxis,
entre los doctos y sabios
fue tenido por pedante,
y entre los ricos ganó
reputación de brillante.
Civil Derecho, ancha manga,
vil garrote, nobles gases,
pasas uvas, fritos huevos
son varios de los dislates
que le labraron la fama
y talaron el lenguaje.
Tanto fue así que ascendió
cual los humos de un tunante
a cronista de la reina,
cuyo nombre memorable
era Paloma, orgullosa
de sí misma y su raigambre.
Le encargó la soberana
unas crónicas reales
(reales crónicas según
nuestro cursi) que historiasen
su reinado y el de todos
los reyes de su linaje:
a saber, Manuela, Carlos,
Isabel, Fernando el Grande,
y por último Paloma,
la más brava de carácter.
Tres años gastó el cronista
en completar sus anales:
uno tardó en embeberse
de otras obras semejantes,
otro tardó en acopiar
mil fuentes documentales,
y otro en reunir adjetivos
que tanta fuente cegasen.
Acabada al fin la obra,
que tituló como Anales,
mandó a dos mil amanuenses
copiar sendos ejemplares.
Por cada rey cronicado,
la dividió en cinco partes,
la más larga dedicada
a la monarca reinante;
y remató el mamotreto
(y a los amanuenses mártires)
con un prólogo a Paloma
dedicándole aquel trance.
No bien hubo ésta leído
la dedicatoria infame,
entró en cólera y mandó
encerrarlo en una cárcel,
hasta que al cabo de un mes,
depuesto el primer arranque,
lo hizo sacar y le impuso
como pena más suave
el destierro sine die.
Antes lo obligó a sentarse
y a leer de nuevo el prólogo,
que decía en un pasaje:
Aquí tenéis, alta reina,
estos valiosos Anales.
Cada ilustre abuelo vuestro
goza su título aparte:
el de la reina Manuela,
los Manuelinos Anales;
el del rey Carlos se llama
los Carolinos Anales;
el del gran Fernando el Grande,
los Fernandinos Anales;
el de la insigne Isabel,
Isabelinos Anales;
y el vuestro, ¡oh clara Paloma!,
servirá, si a vos os place,
para aumentar más el limpio
lustre de vuestro linaje;
por eso lleva por nombre
los Palominos Anales.
El cronista no entendió
por qué, antes de desterrarle,
lo obligaron a cambiar
los grupos adjetivales
y a ponerlos tras sus nombres
en los dos mil ejemplares.
Si tú lo entiendes, no uses
estos blancos semianales
como higiénico papiro
donde tu furia descargues.