miércoles, 5 de julio de 2017

A los bancos

Siento este julius interruptus, pero la bofetada de las vacaciones me ha dejado grogui. Os informo de que durante el verano mitigaré la frecuencia de mis aguijones, y que los reduciré a los días festivos (esto es, a los findes líricos) y a algún que otro picotazo. Y aprovecho para consignar aquí mi agotamiento alacranero: 884 picotazos son muchos picotazos para un solo dueño; a estas alturas se me hace incluso difícil llegar a mil, que tiene ese prestigio tonto de las cifras redondas. El aguijón de hoy (un aguijón de archivo) pertenece a la camada de Videojugarse la vida; está dedicado a los bancos, con quien tuve ayer lo que podríamos llamar cierta fricción:

Soy un banco, no de peces 
ni de culos. Quien me vio(t) 
no olvidará mientras viva 
mi autorretrato robó(t):
  
Muchos no me llaman banco, 
sino barco, porque voy 
atracando en todas partes
sin ninguna detención.

Debo mi rumbo a pequeñas 
cartas de navegación 
(por otro nombre cartillas) 
que me otorgan gran valor; 

y sigo cuantas corrientes 
se me ofrezcan al arpón 
con los fondos más seguros 
para hacer una inmersión.

Empuja el viento la nave; 
yo anoto ceros en pos 
mientras el euro y el noto 
soplen siempre a mi favor.

Entre los peces que pesco, 
el róbalo es el mejor:
desecho los alevines 
y me guardo el gordinflón.

Luego lo vendo en las lonjas 
con trozos de embarcación: 
en Dacca vendo el más caro, 
y allá en Quito el mascarón. 

Algunos, por mis engaños, 
me llaman sólo timón; 
otros me llaman trinquete
por mis manos de ladrón;

y hay quien, por mi envergadura 
y por ser tan comilón, 
llama a mi nave ballena:
va llena de comisión.

Los que van a bordo dicen 
que qué van a hacer si no, 
y que de todos los mares 
prefieren el Mar Menor.

Los que queráis embarcaros 
y subir al espolón 
de mis zarpas, zarparemos 
desde el puerto de Bangkok.




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