sábado, 16 de diciembre de 2017

Día festivo: Huellas de gorrión (2017), de Jesús Aparicio

Dijo Machado que la poesía era palabra en el tiempo. A pocos poetas puede aplicarse dicha definición con tanta justeza como a Jesús Aparicio, que en su libro Huellas de gorrión (Ars Poetica, 2017) reúne lo mejor de sus últimos quince años de labor poética. Cuando toda una obra se destila en el alambique de una antología, la esencia resultante refleja el par de obsesiones de toda una vida. El hombre que es Jesús Aparicio viene señalado por el estigma de la muerte y el paso del tiempo, que brotan de una estoica aceptación:

Una vida perdemos 
queriendo traducir esas señales
que nos han de llevar
—nunca engañados—
a la muerte.

De esa serenidad brotan definiciones tan certeras como contundentes de la existencia:

La vida es un paseo corto y accidentado
donde continuamente vamos perdiendo cosas
insignificantes, innecesarias,
como la vida misma.

A veces, la raíz del misterio invade la palabra de Aparicio y la empapa del onírico terror que estremece estos versos, que apelan a la raigambre barroca de nuestra concepción del paso del tiempo:

Como el humo de vela recién apagado,
como el rayo que no se entera del trueno,
como el que empieza un sueño y no despierta
así se fueron 
sus vidas.

Esta raíz ibérica de los poemas de Aparicio se hace ostensible en ciertas citas, como estos tres heptasílabos que reúnen a Manrique y Góngora:

Tan callando se van
mudando los cabellos
en gris, ceniza y nada.

Algunos poemas recrean (vuelven a crear) a Pessoa, a Lope, a Bécquer. Pero si hay una cita nuclear, es la que da título al primer libro antologado: Con distinta agua. El poder de la palabra se impone en la poesía de Aparicio al paso del tiempo y a la muerte. Su poder convocatorio ancla el fugitivo instante en el poema, que es eterno; pero a su vez, no se deja apresar, no se deja domar, como las mariposas que sirven de poema-proemio a la antología (No se dejan cazar las mariposas). Esa tarea de búsqueda y hallazgo se define en versos tan felices como estos:

El duende es caprichoso y nos exige
trabajar la mirada
para dar con la luz.

La impotencia para cazar las mariposas en cuyas alas vuela la expresión poética encuentra gráficas y novedosas formulaciones, como la que corona el poema Traspiés:

Cuando quiero y no puedo
me piso las palabras.

El poeta otorga a la palabra un poder redentor, salvífico:

Un tiempo a estrenar,
otra palabra, es posible.
No llueve, balbucea el agua sin ruido
desde esa raíz que espera
su nueva epifanía:
la de ser pájaro un instante.

Este optimismo se hace plenitud en la parte más gozosa de la antología, la integrada por los tres últimos títulos de Aparicio: La luz sobre el almendro (2012), La paciencia de Sísifo (2014) y Arqueología de un milagro (2017). La vida, la palabra permanecen más allá de la muerte, más allá del cambio. Es más, en el devenir reside la entraña de la eternidad, como expresa uno de los poemas más hermosos y significativos del libro, Un nido nunca muere:

Un nido nunca muere.
Se hace alma
con el alma del árbol
y lo arranca de sus límites
y despega buscando su otro sol
y lo conduce al agua primigenia
y cuando el tiempo da la vuelta…
ese pájaro que abre
por primera vez
sus ojos asombrados
acarrea en el pico la semilla
de lo que será 
un bosque.




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