Chis nos quiere demostrar aquí cómo es capaz un simple sufijo de convertir en prohibida una palabra inocente: ―¿Conque la amas? ―La amo. ―¿Y me dijiste que era una empresaria del ramo? ―Sí, exactamente ramera.
A veces son graciosos, a veces no: La que reparte cartas... cartera. El que arregla flores... florón La que arregla flores... florona. El que cría ratas... ratero
Atento a esta fábula, Diego, escrita muy a principios de siglo:
EL JAPONÉS HISPANÓFILO
Un japonés se enamoró de España en Tokio, e hizo un pseudo-diccionario de español-japonés lleno de maña y de este peculiar vocabulario: «Un perro regalado es un can-dado; un nido de cigüeñas, cigüeñal; un lenguado castrado, un deslenguado; un gran moral sin moras, inmoral; una liebre pequeña es un lebrillo; un cónclave de osos, un osario; una peste ridícula, un pestillo, y un buscador de setas, un sectario». Con su buen lexicón entre las manos, el japonés se nos plantó en Castilla y, tras hablar con cuatro castellanos, arrojó a la basura la cartilla. Si el hábito no se hace con la forma, no basta a la razón ninguna norma.
A veces son graciosos, a veces no:
ResponderEliminarLa que reparte cartas... cartera.
El que arregla flores... florón
La que arregla flores... florona.
El que cría ratas... ratero
Salu2.
Atento a esta fábula, Diego, escrita muy a principios de siglo:
EliminarEL JAPONÉS HISPANÓFILO
Un japonés se enamoró de España
en Tokio, e hizo un pseudo-diccionario
de español-japonés lleno de maña
y de este peculiar vocabulario:
«Un perro regalado es un can-dado;
un nido de cigüeñas, cigüeñal;
un lenguado castrado, un deslenguado;
un gran moral sin moras, inmoral;
una liebre pequeña es un lebrillo;
un cónclave de osos, un osario;
una peste ridícula, un pestillo,
y un buscador de setas, un sectario».
Con su buen lexicón entre las manos,
el japonés se nos plantó en Castilla
y, tras hablar con cuatro castellanos,
arrojó a la basura la cartilla.
Si el hábito no se hace con la forma,
no basta a la razón ninguna norma.
Si es que el español es una lengua muy rica. Somos la envidia de todas las lenguas....
ResponderEliminarY nosotros, José, los primeros en maltratarla.
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