Ni es cielo ni es azul. Uno de los sonetos que más me gusta del Siglo de Oro (esto es, de toda la literatura española) es uno de los hermanos Argensola, uno de los primeros casos de escritores hermanos en la literatura española. Se llamaban Bartolomé y Lupercio. Los dos fueron poetas y escribieron mucho. Curiosamente, el soneto más famoso que tenemos de ellos no se sabe de quién es: si de Lupercio o de Bartolomé. Da igual. Es un soneto que, partiendo de una anécdota baladí e incluso frívola, nos lleva a una de las conclusiones filosóficas y sorprendentes de nuestra literatura:
A UNA MUJER QUE SE MAQUILLABA Y ESTABA HERMOSA
Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.
Pero tras esto confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.
Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?
Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!