Escrito a la tierna (no tan tierna) edad de quince años, el primer veneno que inoculó Ponzoñón rezuma una malicia tan inicia y benigna que, más que ponzoña, parece chicle de fresa ácida:
— ¿Me quieres, Clarinda mía?
— ¿Qué voy a quererte yo?
¡Ja!, ni loca te querría.
— Pues por ti me mataría
aunque no me quieras, no.
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— ¿Aún, Clarinda, no me quieres?
— ¡Ay, sí, amor, sin ti me muero!
— ¡Qué inconstantes sois, mujeres!
Pues lo siento si te mueres,
porque yo, ya no te quiero.
Así son los amores a esa edad...Un saludo.
ResponderEliminarAmor más inconstante que la mar. Un saludito.
EliminarAmores quinceañeros...jajaja
ResponderEliminarFugaces como la primavera.
EliminarEl caso es llevar la contraria.
ResponderEliminarBuen acercamiento a la psicología humana.
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