sábado, 14 de enero de 2017

Día festivo: Otras canciones, de José Mateos


Emoción desnuda, sin confites ni adornos. Tal es la expresión más apta para definir este indefinible libro del jerezano José Mateos, Otras canciones (Pre-textos, 2016). Poesía tan desnuda que sin cuerpo viene, poesía que reduce su concepto a puro vagido espiritual. El poeta declara en el prólogo que ha querido hacer poemas casi invisibles, como las vagas y borrosas acuarelas que él mismo pinta. Poemas invisibles tanto por su longitud como por la materia incorpórea e intangible en que se adentran.

Todo lo que sé 
lo sé a tientas.

Así murmura En alta noche. José no se atreve a nombrar, no se atreve a decir, fiel a la apremiante súplica de Juan Ramón, “no le toques ya más, / que así es la rosa”. Bastante deshojar es ya la palabra; así lo entiende José Mateos, que a fuerza de pasar de puntillas por lo invisible, ha conseguido forjar unos versos ingrávidos, que apenas son pronunciados estallan como pompas de jabón. Podría tentarnos en la boca la palabra nihilismo al calificar versos como estos:

No saber nada, 
saber
que no hay nada que saber.

Pero es un espejismo, pues esta ignorancia —gozosa y deliberada— es un dejarse sorprender por el misterio, por ese entresijo entre vida y muerte al que José Mateos trata continuamente de asomarse. Lo hace confiando a la poesía el cometido de sondar lo insondable. Pocos poetas tienen en tan alto concepto la labor poética, mediante la cual

Dios puede todavia
seguir creando el mundo.

Y eso hacen los poemas de la sección Apuntes del natural, esbozos más interiores que pictóricos de un paisaje sencillo y rural en que el hinojo, el girasol, el vilano y el cernícalo reflejan los vacíos y aspiraciones del poeta, con remates tan sobrecogedores como el del poema Fuego, en que tras pincelar en un manojo de palabras el cariño posesivo y destructor de la llama, concluye:

Qué mal sabes querer.

Ceniza es tu otro nombre.

Tras un Paseo por el Museo del Prado, con poemas tan etéreos, tan descalzos, tan mágicos como el titulado Murillo, José Mateos se adentra en los terrenos de Aquí y más allá, donde los versos tantean el movedizo territorio del sueño, el recuerdo y la muerte. Esta comunicación entre el mundo y Lo Que No Sabemos arranca de su pluma los poemas quizá más inspirados del libro, entre los que me cuesta espigar el grano más sazonado, más generoso. Me quedo con definiciones como esta de la música, que es:

una huida 
de uno mismo, como el viento.

Supongo que en mi decantarme por esta última sección del libro interviene no poco mi propia afición al crepúsculo, mi enferma afinidad por la entresombra, por esa frágil linde entre el mundo y su pálido reflejo, que somos nosotros. Pocos versos escarban tanto en el misterio y en la maravilla como estos de Atardecer:

 Sol de la tarde,
¿nunca sabré a qué vienes?

¿A librar a los árboles 
del peso de sus sombras
de las que tiras todo lo que puedes?

¿O a sumirlas en una
sola sombra
lentamente?

Poemario etéreo, movedizo como el terreno arcilloso del duermevela y, sin embargo, luminoso y esclarecedor. Su extrema concisión hace que sienta estas palabras mías como una estridencia vocinglera y profanadora. Por eso, callo. Dejo la voz a la poesía, y transcribo completa una de las llagas más hermosas de este libro de heridas, una de esas llagas que nunca cicatrizan:

PARGA

                      Para Condi Merayo

Estos atardeceres
por los campos de Parga 
Señor:
las carballeiras,
la luz enamorada,
los ribazos,
                  los montes,
                                     los caminos...

Señor, tú me vacías
gota a gota
                  los ojos,
palabra
            tras palabra.

Señor,
cuando me muera
apenas
morirá nada.

4 comentarios: