Alacrón nos deleita hoy con una ponzoñosa degustación con moraleja:
Una mujer se pesaba
en una báscula eléctrica
y vio con sorpresa amarga
que pesaba más de ochenta.
«¡Imposible! ―exclamó atónita―.
Esta báscula chochea.
Voy a pesarme otra vez,
a ver si ahora me acierta».
Probó a hacerlo, y el cacharro
persistió en la misma cuenta.
Volvió a pesarse de nuevo…
«Nada, nada ―dijo incrédula―,
debe de estar averiada».
Y se pesó hasta trescientas
veces, hasta que la máquina,
con las pilas casi muertas,
proclamó por fin: «Su peso
es de menos de cincuenta».
Y ella le dijo triunfante:
«¡Al fin diste con la tecla!».
Con la obstinación humana,
hasta las máquinas cejan.
Yo pondría también la palabra hombre. Hoy en día también los hombres nos preocupamos mucho por el cuerpo y el peso se llega a convertir en una obsesión de muchos.
ResponderEliminarCierto, yo me preocupo tanto que no me atrevo ni a pesarme.
Eliminar¡No hay nada como la constancia!
ResponderEliminarYo me bajo de la báscula cuando el peso empieza a no gustarme...
Yo, lo que he dicho antes: le tengo tanto respeto a la báscula que prefiero no mancillarla con mis pies.
Eliminar¿La muner y la báscula? Me vas a permitir que por este tema pase "de puntillas" (a ver si así peso algo menos )
ResponderEliminar¡Ja, ja! Ojalá pudiéramos pasar por él en volandas.
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