Histeriador nos relata una enternecedora escena de amor, ese momento tan trágico como efímero en que dos amantes se despiden. Mi alacrán ha intentado echar mano de toda la imaginería barroca que le ha sido posible:
Era el clímax final: las perlas bellas
de su conjuntivitis se mezclaban
con las que sus narices rezumaban
líquidas esmeraldas, que por bellas
burlaron mis deseos de absorbellas,
si no porque sus manos las limpiaban.
Cogíselas, y al ver que se pegaban
los dedos nuestros, sonrió y sus mellas
me sugirieron poesía griega
(por las lagunas). “El dolor me mata”,
dijo escupiendo, y al sentir su azote,
de amor ciega mi alma (¡y tan reciega!),
besé su rostro de felina gata
(gata en las uñas, gata en el bigote)
y dije: “Amor, perdona el estrambote,
mas dame antes de que al fin te pierda
un pañolón para limpiar la mierda”.
¡Puaj!
ResponderEliminarDemasiado escatológico, ¿no?
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarJajajaja.
EliminarHoy, tu hermano Jesús te habría dado una colleja...
No soy tan sublime como él, lo reconozco.
EliminarDesde luego no se puede negar que el amor es ciego....que asquito más grande.
ResponderEliminarCiego y sin sentido del gusto.
EliminarVaya tela!! Un poco bizarra esa relación. Saludos
ResponderEliminarCosas verdes, amigo Sancho...
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