Dióxido de carbono (Valparaíso Ediciones, 2016) es el sugerente título del poemario firmado por el sanluqueño Juan José Vélez Otero. Dióxido de carbono es un libro de remembranzas, nostalgias y soledades:
Ahora la nostalgia, o la larva de aquello
que la produjo un día.
El tono de estos dos versos da una idea de la comedida desolación que puebla el libro:
Ya sé
que si aún laten nuestros sueños
nosotros somos sus muertos
no enterrados
todavía.
El tiempo pasa implacable y en sus manos no somos más que virutas, gotitas, un salpicar fugaz de noria, como reconoce el último verso de Visita a una amiga de mi madre. Su perenne huida nos convierte en irreconocibles para nosotros mismos:
Este hombre pasea solo por las calles
encendidas de la ciudad,
camina,
piensa,
atardece.
Tal conciencia del paso del tiempo engendra versos tan nihilistas como estos de su poema conclusivo, Dióxido de carbono:
Al fin estar despierto es puro azar,
una ecuación atroz de moléculas viejas.
Al fin y al cabo, de nosotros no quedará más que nuestro nombre en listas y documentos como el Libro de Familia o el DNI, según afirma el magnífico poema El nombre, sobrecogedor catálogo de la vida humana.
Por otra parte, Vélez Otero expresa estas inquietudes con un amplio dominio de la métrica que va desde el verso más libérrimo, como en el poema Toribio, hasta sonetos de impecable factura.
En definitiva, el aire que respira Vélez Otero en este poemario contiene más dióxido que oxígeno, más dolor que melancolía, más fracasos que victorias, sensación inevitable cuando uno vuelve la vista atrás y recuerda todo lo que ha dejado de existir, más bien todo aquello en lo que hemos dejado de existir, según afirma este excelente soneto:
NEC QUAE PRAETERIT HORA REDIRE POTEST
Cómo después de acordado
da dolor.
Jorge Manrique
Parece todo un sueño, que no tuve
conciencia de aquel tiempo ya vivido,
tan corto se me hizo ese latido,
pasó como la sombra de una nube.
Me siento que no soy, que no estuve
donde tuve que estar, que no he entendido
Aquello que pasaba, ni el olvido
Continuo al que he llegado pronto. Sube
El mirlo de la niebla hasta mi alcoba
y canta recordando una mañana
perdida sin fermento en la distancia.
Es bruma que da sueño y que me roba.
Apoyo la cabeza en la ventana.
Qué solos los columpios de mi infancia.