Hoy traigo a colación versos añejos como el buen vino, de los que ganan con el tiempo. Son de un poeta llamado Francisco de Figueroa (1536-1620), que al vivir entre escritores gigantes, puede parecer hoy en día un don Nadie. Pero creo que estos versos enamorados lo desmentirán:
Bendito seas, Amor, perpetuamente,
tu nombre, tu saeta, venda y fuego;
tu nombre, por quien vivo en tal sosiego
amado y conocido de la gente;
tu flecha, que me hizo así obediente
de aquélla, por quien todo el mundo niego;
tu venda, con que me hiciste ciego,
por que mirase más perfectamente;
y el fuego sea bendito, cuya llama
no toca al cuerpo, que es sutil y pura,
y el alma sola de su gloria siente.
Y así el dichoso espíritu que ama
dirá, tu rostro viendo y tu figura:
Bendito seas, Amor, perpetuamente.
Bendito sea el buen corazón de la gente. Benditos los poetas y bendita la poesía. Bendita la cultura, el arma más temida por todos los dictadores y los que aspiran a serlo. Saludos.
ResponderEliminar¡Qué hermosa alabanza! La verdad es que, leyendo este poema, se ensancha el corazón. Un saludo.
EliminarY que sea bendito por los siglos de los siglos...
ResponderEliminarAmén, amor, amén.
Eliminar¡Viva!
ResponderEliminarUn saecula saeculorum.
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