En cierta ocasión, conduciendo junto a mi preciosa mitad por las carreteras de la Serranía de Ronda, adelantamos a una furgoneta que, en la puerta trasera, había instalado este curioso letrero: Las letras guían mi vida. Yo, emocionado ante tal declaración de amor a las letras, ensalcé el talante del conductor, a quien miré por el retrovisor con una mezcla de veneración y complicidad. Pero ¡ay! Mi mujer -que es mi ancla de sujeción a la Tierra- me bajó enseguida de las nubes observando que la acepción que poseía la palabra letras en tal contexto era el de trampas pecuniarias, y que el conductor construía así una amarga ironía sobre lo sojuzgada que sentía su existencia a cuenta de la hipoteca, la letra del coche, de la moto, etc. Hoy Candidalgia, mi alacrana soñadora, propone una fábula en defensa de la primacía de las letras, que sí guían mi vida:
LA CABRA, LA CEBRA
Y LA COBRA
Se fue a la peluquería
con tal prisa una señora
que, sin tiempo de comprar
en la tienda un par de cosas
que le urgían para casa,
garrapateó esta nota
para su hijo de ocho años,
mas con letra tan borrosa
que la a, la e y la o
parecían una sola:
«Baja a la tienda, hijo mío.
Ve por el paso de cobra
al cruzar la carretera
y te traes una poca
de leche de cebra, ¿vale?
Y atento al soltar la mosca,
que ese tendero te cabra
siempre más de lo que compras».
El pobre niño tardó
un total de trece horas
en encontrar algún paso
por donde anduviesen cobras,
y lo que vio solamente
fue un lagartijo sin cola.
No digamos ya la leche
de cebra. Recorrió todas
las tiendas de la ciudad,
y al final no encontró otra
más afín que la de onagra,
que resultó una bicoca.
Lo más fácil fue el tendero.
La caja registradora
se había roto, y estaba
cabreadísimo. ¡Qué bronca
le llovió luego al chiquillo
por tres letras medio locas
que la propia madre había
trabucado por nerviosa!
Esta anécdota demuestra
que las letras sí que importan,
contra muchos que conceden
a las ciencias mayor monta.
¿Que mi argumento es endeble?
Ya, mas no había otra fórmula
que diera a las pobres letras
una función hegemónica.
Las letras son importantísimas. Estupenda la fábula. No dejas de sorprenderme...
ResponderEliminarLas letras, sean las que sean, son importantes, sí, señor. Y gracias por el cumplido.
Eliminar¡Que se lo digan a aquel pobre hombre al que iban a quitarle el bazo y le arrancaron el brazo...!
ResponderEliminar¡Los médicos y su proverbial mala letra! ¡Cuánto mal han hecho!
EliminarNo veo nada endeble el argumento, me parece original, simpático y muuuy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias. Eso es porque sientes debilidad por las fábulas, Irene.
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