El cuarto consejo del Tío Sam registra una estricta observancia no solo en los Estados Unidos, sino en Europa. El inmigrante que llega a un país próspero no sabe cómo va a ser recibido; porque en los países ocurre igual que en las ciudades, tal como decía el harapiento Crispín de Los intereses creados, para el cual en cada ciudad había dos ciudades, no una vieja y una nueva, sino «una para el que llega con dinero, y otra para el que llega como nosotros».
En cuanto a aquél que entra y sigue vivo,
conviene ser un poco selectivo,
no en el tabú de si su piel es clara
o sucia. Es más sencillo: considera
que, antes de hallarle tal virtud o tara,
te fijes en la piel de su cartera,
y así será también el de su cara.
Verás que el capital correspondiente
a nuestra rica población foránea
es proporcionalmente
inverso a su pigmentación cutánea.
Mantén tensos los hilos de esta trama
sin menoscabo de tu buena fama.
Al fin y al cabo, todos los mortales
(con la excepción de las personas mancas)
ya trabajen en bancos, ya en bancales
mostramos, al pedir, las manos blancas.
Seer pobre en un país rico es como ser enclenque en un concurso de "místeres"
ResponderEliminarEstá uno fuera totalmente de lugar, con vocación de apátrida.
EliminarPoderoso Dios es don dinero.
ResponderEliminarY triste maldición es la pobreza.
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