El Tío Sam corona sus consejos con una despedida afable y casi paternal a todos aquellos que se sientan sobrinos suyos (que, por cierto, cada vez son más numerosos):
Por último, sobrino, jamás temas
el castigo de Dios, que nunca toca,
aunque ya sé que en tu interior blasfemas
cada vez que lo mientas con la boca.
Tú evita más el bien que la blasfemia,
y advierte que en el mundo en que vivimos
Dios no castiga, mas tampoco premia;
así, su Cielo vasto
no es una recompensa, sino un gasto.
Id, pues, sobrinos, convirtiendo en primos
a todos los hermanos. Que la guerra
sea con vosotros. Que el dinero os siga
allá donde robéis; y que la liga
con que os unió el Diablo en esta tierra
desuna a los demás. Dios os bendiga.
Dicen que a todo cerdo le llega su sanmartín...
ResponderEliminarDe eso pueden dar muestra numerosos imperios de los que ni el nombre queda.
EliminarHay que temer el castigo de Dios, aunque Él no castiga, nos castigamos nosotros.
ResponderEliminarGran verdad teológica.
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