A decir de Filosón, los extremos se tocan más de lo que parece: en política, en amor, en literatura… Lo demuestra esta fábula del icosaedro y la esfera. ¡Qué dos buenos personajes para significar una moraleja!
Afirmó un icosaedro
ser el cuerpo más glorioso
de la santa geometría,
pues sus veinte caras de órdago
triangulares y equiláteras
lo promovían al solio
de los cuerpos rectilíneos.
«Soy el compendio más sólido
de lo recto ―aseveraba―,
no como tú, curvo bolo,
con tu perpetua joroba
dándote vueltas en torno».
Esto decía a una esfera
que, tras oír con reposo
la diatriba, replicó:
«Rey de la recta, no logro
comprender por qué criticas
con tal saña a lo redondo
cuando eres el poliedro
más afín a mi contorno.
Tanto pequeño segmento
enlazado uno tras otro,
tantas caras, tantos ángulos
te convierten, pese a todo,
no en emblema de la recta,
sino en cifra de lo orondo».
Quien presume de su exceso
en algún don elogioso
tenga en cuenta que pasarse
es como quedarse corto.