Penúltima fábula de este encadenamiento de fábulas que es el Fabulazo:
El diamante y los relejes
Hace no muchos decenios
existía por Granada
esta antigua carretera...
que a diario transitaban
carros, motos y automóviles
en anacrónica alianza.
Si aún llega a aquella provincia,
hoy los carros ya no pasan,
y en vez de tierra tendrá
asfalto in tabula rasa.
Pero en tiempos el rodaje
de carromatos de tabla,
con sus ruedas y sus ejes
siempre a la misma distancia,
oprimió tanto la senda
que la dejaron marcada
por relejes paralelos
como arrugas de una cara.
En un carruaje esbelto
pero pesado viajaba
un traficante de joyas
recién llegado de África.
Traía cientos de puntas
de diamante destinadas
a afilar afiladores
de hierros y maquinarias.
En un bache inesperado
un diamante en acrobacia
cayó al suelo sin que el dueño
celoso lo echase en falta.
La buena o mala fortuna
lo hizo caer en la raya
de un releje, donde al punto
se hincó el diamante de marras,
y allí instalado brilló
como una estrella en la grava.
En vez de ser recogido,
fue apisonado por varias
ruedas de carro, hasta hundirse
en donde ya no brillaba.
Se sucedieron los días,
cabalgaron las semanas,
y el diamante siguió hundiéndose
más y más bajo la tara
de carros, motos y coches.
Llegó incluso una mañana
en que el diamante no supo
a qué llamaban mañana.
Se hundió a metros, a kilómetros,
a leguas mil de distancia
de la superficie, y venga
a pasar mulas de carga,
y él, con el a hundirse tocan,
atravesó tantas capas
del planeta que un buen día
asomó en Nueva Zelanda.
La buena fortuna hizo
cuando volvió a la luz blanca
que arribase a otro releje
de otra senda transitada.
Allí lo encontró un muchacho
más contento que unas pascuas
que encargó a un joyero experto
engastarlo en oro y plata.
Y al día siguiente el diamante
se convirtió en la alianza
con que la novia del joven
dijo sí, que se casaba.
De ser diamante industrial
a ser diamante de almas
media un mundo con corteza,
manto y núcleo. Quien lo pasa,
aprende que el humillarse
es lo que más nos ensalza.
Hay que dejarse llevar
donde el hado nos arrastra
por el curso de un releje
cuyo trazado se engasta
en el curso de una senda
donde el hado nos arrastra
por el curso de un releje
cuyo trazado se engasta
en el curso de una senda
donde el hado nos arrastra…
Al igual que en los relejes
que horadan Nueva Zelanda.
El releje en el que hallaron
el diamante de Granada
terminaba en una vieja
librería de antiguallas.
Allí el librero leía
una joya titulada
Almanaque de alacranes,
que había llegado a sus baldas
a través de un gran milagro
o de un plagio a gran escala.
Tras sus gafas boquiabiertas,
leyó la siguiente fábula:
La fábula y tú
Érase una vez tú mismo
que me leías temblando.
CONTINUARÁ...
Hay que agradecer a los relejes que nos marquen el camino por donde ir.
ResponderEliminarUna fábula muy viajera.
Todo lo contrario de los sedentarios alacranes.
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