A bordo del mar es un poemario de José Antonio Fernández García (De Torres Editores, 2017). Es un libro que se abre y cierra con el mismo broche: el de las sombras. El primer poema, llamado paradójicamente Tengo, expresa justamente lo que ya no se tiene, lo que es mero patrimonio del recuerdo. El último poema es una autoelegía, un testamento sin aspavientos ni llantos. Sin embargo, entre la serena disolución que proclaman el poema preliminar y el último, respiran catorce poemas exuberantes de vida cuya sensualidad traza una verdadera figuración de la existencia, un denso palpitar entre dos nadas.
La mayoría de los poemas planea libremente, sin excesivas ataduras métricas, sobre la presencia gozosa del cuerpo amado, en esa borrosa línea en que se desdibujan el amor y el erotismo, como atestiguan los poemas A veces sueño, Por tu pie, Sabe el mar o Luna sin tregua, poemas que, por sí solos, justificarían el título del poemario. El mar y la noche son los ámbitos preferidos del poeta,
cuando la madrugada más aún
hincaba sus colmillos en la piel.
La sensualidad fluye siempre delicadamente, a través del detalle, de un pétalo de lirio en tu cabello; por el pie de la amada, como fuente de amor y aguas glaciales; por la espalda:
En mi palma, tu espalda; en mi espalda
tus manos.
Tanta insistencia en lo sensual tiene su correlato en el lenguaje, exuberante sin llegar a lo intrincado, barroco sin llegar al hermetismo, justo en el abismo en que la fertilidad verbal se contiene y mantiene el nexo con lo real. Esa dialéctica entre exuberancia y contención, entre belleza y contenido, podría resumirse en los dos versos que rematan el poema Epílogo:
Colocadme en una mano el pétalo de un lirio
y en la otra un libro en blanco de poemas.
Hay poemas que se sitúan en uno de los dos extremos. En el norte sobrio y cargado de conceptos, Tanto monta, un resumen antitético de la relación-confrontación entre el hombre y Dios:
Pero... ¿qué es Dios sin el hombre?
O qué el hombre contra Dios.
En el sur fecundo y fértil de sensaciones, el bellísimo poema dedicado a Málaga, en el que José Antonio Fernández formula una edénica visión de la ciudad mediterránea, que recuerda (no en el imaginario lírico, sino en la emotiva nostalgia que lo alienta) la Ciudad del paraíso de Aleixandre.
A bordo del mar es, en definitiva, un muestrario de la emoción humana ante el hecho de la belleza, ya sea femenina, ya sea paisajística, como resume el admirable poema-proemio que abre el libro:
Tengo una deuda oculta con las sombras.
No consigo evocar el entusiasmo
de tu sonrisa en medio de mis versos,
ni aún aquella tardes de canícula
junto al arroyo seco
que tanto juego dieron al ocaso.
Muy bonitos. Bien elegido para hoy.
ResponderEliminarLo son.
EliminarInmensamente agradecido hermano
ResponderEliminarMe alegro mucho, José Antonio.
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