En la década de 1780, las Trece Colonias de América del Norte trataron de sacudirse el yugo inglés. España ayudó resueltamente a los insurgentes contribuyendo incluso con lo que no tenía. La ciudad de Málaga, la primera en el peligro de la libertad, aportó su granito de arena de una curiosa manera: el cabildo catedralicio, que acababa de aprobar el presupuesto para rematar su hermosa catedral con la segunda y necesaria torre, resolvió suspender el proyecto y donó graciosamente todo el montante a la guerra estadounidense. Estados Unidos obtuvo su independencia, pero tardó más de cien años en agradecérselo a España. ¿Cómo lo hizo? Arrebatándole Cuba, Puerto Rico y Filipinas en una guerra absurda e inmotivada. Cría cuervos… Bueno, hace unos años vi una inscripción en no sé qué dintel de yo qué sé portezuela del Templo Mayor malacitano en que Dios sabe qué sociedad de allende agradecía la generosidad del pueblo malagueño; ya podrían haber hecho la gracia completa y haber aportado un dinerillo para rematar la catedral, que desde entonces llaman La Manquita. Candidalgia paseó sus patitas por las cubiertas de este hermoso templo y se sintió imbuida de fervor costero. Por eso escribió esto:
¡Escuchad! La airosa torre
de la Manquita se queja
de que no tiene una hermana
que taña y cante a su vera.
No llores por eso, niña.
¿No sabes que el parque anhela
plantar junto a ti una torre
con rosarios de palmeras?
¿Y que la vieja alcazaba
quiere ponerse a tu izquierda
y espigarse hasta las nubes
sobre sus chatas almenas?
Mira las olas, que toman
carrerilla desde Ceuta
para pasar de la orilla
y besarte el pie siquiera;
y cuando llegan al faro,
le dedican a tu pena
una copla que el levante
lleva a ti por malagueñas:
«Mira la Farola blanca,
mira la blanca Farola,
que se sabe también manca,
pero no se siente sola».
Hasta el sol ha echado el copo
por si pesca una sirena
que acompañe a tus campanas
por si llaman a completas.
Y ha dibujado la luna
con la luz de cien estrellas
la blanca constelación
de tu linda silueta.
¿Qué más quieres, torrecita,
si hasta Gibralfaro sueña
con que un día lo corones
con tu diadema de reina?
No llores, por Dios. ¿No ves
que ni las fuentes te llegan,
que ni te alcanza el cemento,
que las nubes te tutean,
que la Virgen te bendice
y que hasta Málaga entera
se te pone de puntillas
para verte más de cerca
y te canta: «Así, manquita
te quiere mi devoción;
así te quiere, solita,
solita en mi corazón».
¡¡¡Oleeeeeeee.....!!!Que preciosidad. Los pelos de punta. Que emoción llevan estos versos y como se nota que por tus venas corre sangre malagueña.
ResponderEliminarOjalá algún día se pueda culminar la torre y la fachada en sí.
Quiero y necesito más versos como estos de nuestra ciudad que nos hagan poner los pelos de punta y nos hagan aflorar los bellos sentimientos hacia nuestra bella tierra.
Enhorabuena. Un fuerte abrazo amigo.
Precioso Daniel.
ResponderEliminarMuchas gracia, Ana. ¡Cómo se te nota la querencia malagueña!
Eliminar¡Pues no está Trump ahora para hacer favores al resto de la humanidad, el muuy hijo de la GP (posterior entrada tuya...)!
ResponderEliminarEmpezando por las aceitunas españolas.
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