Alacrón, el de las luengas consejas, nos trae hoy una fábula con moraleja tristemente actual:
Batió el dragón la ingente envergadura
de sus dos alas, y escupió un vocablo
de furia y huracán y llama oscura
fraguada en sus entrañas de diablo.
Voló cual si tuviese por figura
la punta envenenada de un venablo
y se arrojó hecho vómito de lava
sobre el noble adalid que lo retaba.
Era un bravo unicornio de alta rama
el que, cuadrado ante el dragón gigante,
lo esperaba piafando entre la grama.
Se encabritó como un león rampante
dispuesto a sumergir entre la escama
la punta de su cuerno de diamante,
y en el instante en que los dos valientes
rivales se rozaban con las frentes…
«¡Qué bodrio!», exclamó el niño que leía
tanto unicornio blanco y tanto fuego
harto de letras negras en lejía.
Dejó aquel tonto cuento para luego
y afrontó con más gozo y valentía
el reto de su nuevo videojuego.
Era más fácil masacrar soldados
que soñar con palacios encantados.