sábado, 10 de septiembre de 2016

Día festivo: un poema sobre la añoranza

Por medio de la estupenda revista Voladas, Javier Gallego me envía un precioso poema que no me resisto a transcribir. Se titula Añorar, una original evocación del paso del tiempo y su ministra, la añoranza, esa hendidura que inflige el recuerdo en nuestra alma: el descampado de nuestros juegos infantiles, el chocolate y la golosina que nos consuela en la visita dominical de la tristeza, la celada que nos tiende la melancolía ante la foto inesperadamente hallada... Y lo malo —o lo terapéutico — es que nos gusta acurrucarnos en el seno de la nostalgia.

Añorar es un sueño barato,
una especie de saldo, un despojo;
es un descampado justo detrás
de la casa de tus padres.

Añorar se parece al sucedáneo 
del chocolate que venden en los supermercados,
bombones algo rancios para llenar
las tardes solitarias de los domingos.

Añorar es un mal refugio,
una mesa camilla con la estufa estropeada
en un frío día de principio del invierno.

Añorar es la trampa que tiñe de sepia 
las fotografías banales, el celofán
de errores que el calendario 
no ha borrado.

Añorar es el regazo dulce 
de derrotas y renuncias.


4 comentarios:

  1. Precioso...No se puede expresar con tas bonitas palabras a la añoranza.

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    1. Hay algunos que prefieren ignorar a añorar, pero quien no añora no ha vivido.

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  2. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Todo lo que queda atrás, antes o después, se añora. Saludos

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    1. Menos lo malo, todo. Hasta lo más baladí, hasta lo más insustancial se reviste de belleza con el prestigio del pasado.

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