El aguijón de hoy es educativo; bueno, en realidad es todo lo contrario: es destructivo, pero no es otro el movimiento que deja en el ánimo el trato que dispensa la Administración a la cosa educativa: no parece sino querer socavarlo y minarlo poco a poco. Con frecuencia, como licenciado en Filosofía y Letras que prepararon para estudiar las más altas cimas de la literatura y los entresijos más sutiles del idioma, me toca lidiar con los pupilos mazorrales y cromañones de lo que un día fue el PGS (Programa de Garantía Social), otro día fue PCPI (Programa de Cualifación Profesional Inicial) y ahora se llama FPB (Formación Profesional Básica), en un eufemístico intento del Estado por soslayar la paupérrima realidad académica que reina en el desierto más vasto y desolador del sistema educativo. Alacrante se compadeció de mi menda y escribió esto a mi diaria briega con los alumnos de administración (la parte oficinista) y de electricidad (la parte trifásica):
A LA FP-BÁSICA
(ANTES DE QUE LE VUELVAN A CAMBIAR EL NOMBRE)
Como una estepa inhóspita y jurásica
donde no crece el mérito académico
y el gusto por saber perece anémico,
recibe al profesor la FP-Básica.
Aquí no va a encontrar la clase clásica,
que en este grupo indómito y polémico
el cero y la expulsión son algo endémico,
la parte oficinista y la trifásica.
Con una autoridad pobre y raquítica,
¿quién se ha de aventurar en tal zoológico
sin que peligre su entereza psíquica?
Propongo para ello un medio lógico:
que vuelva Torquemada a la política
y aplique aquí su estilo pedagógico.
De pena la formación en este país. Vamos de mal en peor y esto no hay manera de arreglarlo.
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